El miedo no sirve para nada

El otro día estaba haciendo una «bajadita complicada» con la bici y se me ocurrió la reflexión/idea en torno a la cual voy a hacer girar la entrada de hoy. Realmente no era una «trialera». Realmente ni siquiera era una «senda». Realmente era una pista jajajajja. Pero era una mierda de pista. Llena de agujeros y un montón de piedras sueltas. El caso es que lo que quiero decir es que para la mayoría de los que probablemente podáis leer esto no sería una bajada difícil, si tenéis experiencia con la bici pues hasta podríamos calificarla de fácil, pero para mí requería su punto de concentración: noté que bajaba tensa, como muchas otras veces en distintas situaciones, y cuando llegué al llano y mi cabeza ya iba más fluida empecé a imaginar lo que quería contar:

1. El miedo no sirve para nada.

2. Nunca dejes que nadie te diga que eres incapaz de hacer algo (ni siquiera tú).

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No es que me guste mucho hablar en primera persona, pero no he encontrado una forma mejor para ejemplificar lo que quiero decir:

Nunca fui una niña segura de mí misma. No puedo explicar al 100×100 las circunstancias que contribuyeron a ello, pero el caso es que nunca lo conseguí. En el ámbito deportivo desacertados (por suavizarlo) maestros y mis propios fantasmas se encargaron bien pronto de convencerme de que simplemente yo no llevaba ese «don» en mi ADN. Y no fue porque no practicara deportes (gimnasia, baloncesto, fútbol, natación,etc.). Supongo que ya debéis saber que cantidad no es igual a calidad. Y yo veía lo primero, pero no lo segundo. Y me resignaba. Y esto resulta bastante triste cuando en silencio siempre te ha llamado la atención el fútbol, cuando has admirado a tu prima deportista por todo lo que ha sido y es capaz de hacer o cuando has observado maravillada a peña haciendo deportes de riesgo o saltando en paracaídas. Y resulta triste cuando una especie de chip en tu cabeza mal programado inmediatamente después «te castigaba» con un : «Tú nunca harás eso, pues NO ERES CAPAZ».

No sería quién soy hoy si no fuera por mis padres, tengo claro que me han inculcado buenos valores, pero este es un tema que el otro día les comenté: Mamá, ¿Porqué no me ayudasteis a tener más seguridad en el ámbito deportivo? ¿Sabes cuantas cosas me he perdido? La respuesta de mi madre fue que no puede enseñar seguridad quién no la tiene. Así que aquí otra reflexión: Yo no soy madre y no tengo previsto serlo de momento, pero por favor, padres o profes, enseñad a los peques a confiar en ellos mismos, a creer en sus capacidades y a no subestimarse jamás pues pueden acabar perdiendo mucho más de lo que sin duda perderán por arriesgar un poco. Y extrapolando esto a nosotros mismos: Pues digamos que nunca es tarde, y que siempre podemos «curarnos».1

En mi caso, durante algunos años consiguieron que creyera que era demasiado «gorda» como para poder hacer aquello que me gustara. Cuando conseguí dejar atrás esa etiqueta, y todavía sin autoestima, pasé a ser demasiado «floja» como para jugar bien a lo otro que fuera que me gustara entonces. Y así, día tras día, limitándome a ver desde la barrera como otros llevaban a cabo mis sueños, sólo porque «tú no eres capaz». Sólo porque «tienes miedo».

Pero al final te cansas. Al final como todos sabemos la cabra tira al monte y creces. Y te das cuenta de que si tú no sabes lo que vales nadie va a venir a contártelo. Y empiezas a confiar en ti. Y a probar cosas nuevas. Y a seguir creciendo y oye, llega un día en que alguien intenta pisarte otra vez (porque siempre habrá gente imbécil que intente que no levantes la cabeza), pero te das cuenta de que ni siquiera te hace falta llevar casco, porque directamente te «resbala» ese pie. Y te van a seguir resbalando todos los que puedan venir. Porque porfin sabes lo que vales y sabes que serás capaz de todo aquello que intentes en la medida en que no te des por vencido. Porque a lo mejor ni siquiera eres buena. Pero serás buena intentándolo una y otra vez hasta que lo consigas. Porque nadie te va a decir otra vez que eres incapaz de hacer algo. O bueno. Te lo dirán. Pero no vas a escucharles (ni siquiera a ti misma si eres la que lo susurra), porque estarás demasiado ocupada venciendo al miedo otra vez.

Porque el miedo no sirve para nada. Porque es ese fantasma que ha hecho que no descubra una faceta de la vida muy bonita hasta hace bien poco. Porque cuando se rompe el miedo pasan cosas especiales. Cuando te deshaces de esos espíritus empiezas a correr. Te enamoras de la montaña. Cuando se rompe el miedo eres capaz de comprarte una bici de 29 cuando hasta entonces donde más km habías hecho era en la bici estática… Eres capaz de ansiar volver a encararte de nuevo a una montaña con una tabla de snow bajo tus piernas, las mismas que antes temblaban con sólo oír «temporada de nieve». Cuando te das cuenta de que el miedo no sirve para nada, te das cuenta de que de nada sirve tener miedo. Porque al final saltarás en paracaídas. Al final te tirarás por la montaña encima de la tabla, bajarás con tu bici por aquella trialera que juraste no ver ni en pintura y cogerás esa senda más rápido de lo que nunca hubieras pensado que pudieses correr. No importa cuanto tardes, porque si vences al miedo, si confías en ti: Ya lo estarás consiguiendo, pues sólo el camino, ya habrá valido la pena.

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Laura.

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